El Tiempo Ordinario del Año Litúrgico tiene mucha importancia en la vida de los cristianos, por tratarse del tiempo más largo. En la liturgia de la Iglesia, después de la fiesta del Bautismo del Señor se da inicio al Tiempo Ordinario.
El Tiempo Ordinario del año empieza con el lunes que sigue al domingo después del 6 de enero y se prolonga hasta el martes anterior a la Cuaresma; vuelve a reanudarse el lunes después del Domingo de Pentecostés y finaliza antes de las Primeras Vísperas del Domingo Primero de Adviento.
Es durante este tiempo cuando la comunidad de los bautizados es llamada a profundizar el Misterio Pascual y a vivirlo en el desarrollo de la vida de todos los días. Para eso, la Liturgia de la Palabra asume una gran importancia en la formación cristiana de la comunidad. La abundancia de los textos que se presentan durante todo el año indican que no se leen para cumplir con un ceremonial, sino para conocer y meditar el mensaje de salvación apropiado a todas las circunstancias de la vida.
El tiempo ordinario desarrolla el misterio pascual con una gran claridad. La temática tan concreta propia de los tiempos especiales, es más abierta en el tiempo ordinario, esto permite a los pastores ahondar en la presentación y ampliación del misterio de Jesucristo, y a los fieles profundizar en su fe, especialmente en aquellos aspectos que más afectan a su vida concreta.
A partir del Bautismo del Señor, el tiempo ordinario tiene una continuidad, aunque interrumpida porque se desarrolla en dos fases; la primera, que llega hasta Cuaresma, y la segunda que arranca pasada la Solemnidad del Corpus.
Este tiempo ordinario es una novedad de la reforma postconcilar, ya que antes era llamado: "Domingos después de Epifanía"y "domingos después de Pentecostés".
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