Vivimos insertos en una realidad socio cultural en la que vivir el evangelio de manera auténtica, se hace cada vez más difícil. Esta realidad exige una renovación de la Iglesia y una transformación de la sociedad, lo cual exige una verdadera renovación del clero.
Con la reciente beatificación del Papa Juan Pablo II, considero oportuno compartir sus cartas programáticas dirigidas a los sacerdotes, con ocasión del Jueves Santo.
CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES CON OCASIÓN DEL JUEVES SANTO DE 1979
Queridos hermano sacerdotes:
1. PARA VOSOTROS SOY OBISPO, CON VOSOTROS SOY SACERDOTE
Al comienzo de mi nuevo ministerio, siento profunda mente la necesidad de dirigirme a vosotros, a todos vosotros sin excepción, sacerdotes diocesanos y religiosos, que sois mis hermanos en virtud del sacramento del Orden. Deseo, desde el principio expresar mi fe en la vocación que os une a vuestros Obispos, en una comunión peculiar de sacramento y de ministerio, mediante el cual se edifica la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. A todos vosotros, pues, que en virtud de una gracia especial y por una entrega singular a Nuestro Salvador, soportáis el peso del día y el calor(1), entre las múltiples ocupaciones del servicio sacerdotal y pastoral, se dirige mi pensamiento y mi corazón desde el momento en que Cristo me ha llamado a esta Cátedra, sobre la que en otro tiempo San Pedro respondió a fondo, con su vida y su muerte, a la pregunta: “¿Me amas? ¿me amas más que a éstos ... ?” (2.)
Pienso incesantemente en vosotros, rezo por vosotros y con vosotros, busco los caminos de la unión espiritual y de la colaboración, porque sois hermanos míos en virtud del Orden, que hace tiempo yo recibí también de manos de mi Obispo (el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adán Esteban Sapieha, de inolvidable recuerdo). Adaptando, pues, las palabras de San Agustín (3), quiero deciros hoy: “Para vosotros soy Obispo, con vosotros soy Sacerdote”. Hoy, en efecto, hay un motivo especial que me impulsa a confiaros algunos pensamientos que recojo en esta Carta: la inminencia del Jueves Santo. Es esta la fiesta anual de nuestro sacerdocio, que reúne a todo el Presbiterio de cada Diócesis alrededor de su Obispo en la celebración en común de la Eucaristía. Es en este día cuando todos los Sacerdotes son invitados a renovar ante el propio Obispo y junto con él, las promesas hechas en el momento de la Ordenación sacerdotal; y esto me permite, junto con todos mis Hermanos en el Episcopado, encontrarme con vosotros asociados en una unidad peculiar y, sobre todo, encontrarme en el centro mismo del misterio de Jesucristo, del que todos participamos.
El Concilio Vaticano II, que de manera tan explícita ha puesto de relieve la colegialidad del Episcopado en la Iglesia, ha dado también una nueva forma a la vida de las comunidades sacerdotales, unidas entre sí por un vínculo especial de hermandad y unidad con el Obispo de cada Iglesia particular. Toda la vida y el ministerio sacerdotal sirven para profundizar y reforzar esta vinculación; en cambio por las distintas funciones concernientes a esta vida v ministerio, asumen, entre otras cosas, una especial responsabilidad los Consejos Presbiteriales que, en conformidad con el pensamiento del Concilio y del Motu propio Ecclesiae Sanctaede Pablo VI, deben actuar en cada diócesis (4). Todo esto mira a que cada Obispo, en unión de su Presbiterio, pueda servir de la manera más eficaz a la gran causa de la evangelización. Mediante este servicio, la Iglesia realiza su misión, es más, su propia naturaleza. La importancia que tiene aquí la unidad de los Sacerdotes con el propio Obispo está confirmada por las palabras de San Ignacio de Antioquia: “Os exhorto ahora a que realicéis todas las cosas en la concordia de Dios; bajo la presidencia del obispo, que ocupa el lugar de Dios; de los Presbíteros, que representan el Senado de los Apóstoles, y de los diáconos, a quienes venero con especial predilección y que tiene encomendado el ser ‑vicio de Jesucristo...” (5).
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