Espiritualidad y Misión

En el marco del mes de las misiones, mes en el que la iglesia nos invita a reflexionar, orar y renovar nuestro compromiso por la obra misionera he querido compartir este pequeño artículo en el que planteo la profunda unidad que existe entre estas dos dimensiones de nuestra vida cristiana y eclesial.
Espiritualidad y misión son dos dimensiones de una misma realidad. No resulta suficiente decir que son dos aspectos complementarios, sino que son indisolubles. Al leer el Nuevo Testamento esa relación se hace obvia: en Hechos 1.8, por ejemplo, Jesús promete que sus discípulos recibirán el Espíritu Santo y que él les dará poder para ser testigos suyos «... hasta los confines de la tierra». El vínculo entre la actividad misionera y la intimidad con el Espíritu resulta evidente.
En Lucas 4.18, Jesús, en la sinagoga de Nazareth, anuncia su proyecto misionero y lo hace declarando que el Espíritu del Señor está sobre él por cuanto lo ha «... ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres... proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año agradable del Señor.» En este caso, Jesús afirma que la prueba de que el Espíritu del Señor está sobre él es que lo ha enviado a cumplir su voluntad.
También en Hechos 10, donde se narra la visita de Pedro al primer gentil, se relaciona la misión del apóstol con una experiencia espiritual que había resultado necesaria ante la dureza de su propio corazón: «Mientras Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la visión, el Espíritu le dijo: "Mira, Simón, tres hombres te buscan. Date prisa, baja y no dudes en ir con ellos, porque yo los he enviado".» (Hch 10.19-20).
Asimismo, la espiritualidad nos permite descubrir el origen y la intención de todas las cosas. Pedro, por ejemplo, descubre que todo ha sido creado por Dios (origen) y que el propósito de Dios es la reconciliación (intención); por lo tanto no le es posible seguir haciendo acepción de personas y, por esa razón, sale de inmediato a buscar a Cornelio. En este caso, la misión fue un efecto natural de la espiritualidad. En consecuencia, el efecto de la verdadera espiritualidad será siempre la obediencia.
El milagro de la espiritualidad es «ser receptivos y sensibles a las acciones que Dios hace por nosotros y ser obedientes a la voluntad de Dios en nuestras vidas». Lo mismo sucedió con el profeta Isaías en el Antiguo Testamento, quien después de percibir que Dios es «excelso y sublime, sentado en un trono» y de experimentar que su maldad había sido borrada y su pecado perdonado, responde: «Aquí estoy. ¡Envíame a mí!» (Is 6.8).

Tal como lo hemos planteado, este vínculo indisoluble entre espiritualidad y misión, origen y destino o relación y realización, nos ofrece el marco más adecuado para la reflexión sobre la misionología en América Latina y el Caribe.

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