MARÍA EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

NOVENA A MARIA AUXILIADORA

Primer día

La mariología se coloca en el misterio unitario de Cristo y de la Iglesia, como la expresión personal de su conexión. La Iglesia, en su hacerse un solo espíritu de amor con Cristo, permanece siempre un ser-en-frente del Esposo. Así la íntima unión de Cristo y la Iglesia aparece clara en la expresión esposo-esposa, cabeza-cuerpo.

María tiene su lugar en el acontecimiento central del misterio de Cristo, pero de Cristo considerado como Cristo total, Cabeza y cuerpo; y, en consecuencia, juntamente con la Iglesia. En ambos aspectos de este único misterio, María ocupa un puesto único y desempeña una misión singular. El culto de la Madre de Dios está incluido en el culto de Cristo en la Iglesia. Se trata de volver a lo que era tan familiar para la Iglesia primitiva: ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María, según la Iglesia primitiva, "es el tipo de la Iglesia, el modelo, el compendio y como el resumen de todo lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su destino".1 Sobre todo la Iglesia y María coinciden en una misma imagen, ya que las dos son madres y vírgenes en virtud del amor y de la integridad de la fe: "Hay también una, que es Madre y Virgen, y mi alegría es nombrarla: la Iglesia".2

San Pablo ve a la Iglesia como "carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones" (2Co 3,3).

Carta de Dios es, de un modo particular, María, figura de la Iglesia. María es realmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo en su corazón de creyente y de madre. La Tradición, por ello, ha dicho de María que es "una tablilla encerada", sobre la que Dios ha podido escribir libremente cuanto ha querido (Orígenes); como "un libro grande y nuevo" en el que sólo el Espíritu Santo ha escrito (S. Epifanio); como "el volumen en el que el Padre escribió su Palabra" (Liturgia bizantina).

El misterio de María, misterio de la Iglesia, nos abre a la fecundidad de la fe, haciendo de nosotros la tierra santa, que acoge la Palabra, la guarda en el corazón y espera que fructifique. María es la expresión del hombre situado frente a la llamada de Dios. En María aparece la realización del hombre que, en la fe, escucha la apelación de Dios, y, libremente, en el amor, responde a Dios, poniéndose en sus manos para que realice su plan de salvación. Así, en el amor, el hombre pierde su vida y la halla plenamente. María, en cuanto mujer, es la representante del hombre salvado, del hombre libre. María se halla íntimamente unida a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad (CEC 963ss).

María revela a la Iglesia su misterio genuino. María es la imagen de la Iglesia sierva y pobre, madre de los fieles, esposa del Señor, que camina en la fe, medita la palabra, proclama la salvación, unifica en el Espíritu y peregrina en espera de la glorificación final:

Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio encuentra su verdadera luz el misterio del hombre (GS 22), como prenda y garantía de que en una pura criatura -es decir, en ella- se ha realizado ya el designio de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre. Al hombre moderno, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin término, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de náusea y de hastío, la Virgen, contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte (MC 57).

La única afirmación que María nos ha dejado sobre sí misma une los dos aspectos de toda su vida: "Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones" (Le 1,48). María, en su pequeñez, anuncia que jamás cesarán las alabanzas que se la tributarán por las grandes obras que Dios ha realizado en ella. Es la fiel discípula de Cristo, el Cordero de Dios, que está sentado sobre el trono de Dios como vencedor, pero permaneciendo por toda la eternidad como el "Cordero inmolado" (Ap 13,8). Es lo mismo que confiesa Pablo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2Co 12,10). Este es -el camino del cristiano, "cuya luz resplandece ante los hombres... para gloria de Dios" (Cfr Mt 5,14-16). El cristiano, como Pablo, es primero cegado de su propia luz, para que en él se encienda la luz de Cristo e ilumine al mundo.

También nuestra generación, lo mismo que todas las anteriores, está llamada a cantar a María, llamándola Bienaventurada. Y la proclamamos bienaventurada porque sobre ella se posó la mirada del Señor y en ella realizó plenamente el plan de redención, proyectado para todos nosotros. De este modo la reflexión de fe sobre María, la Madre del Señor, es una forma de doxología, una forma de dar gloria a Dios.

1 H. RAHNER, María y la Iglesia, Bilbao 1958.

2 CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Pedagogo 1,6,42.

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