MATERNIDAD VIRGINAL DE MARIA

NOVENA DE MARIA AUXILIADORA

Segundo día

La Iglesia en su profunda perfección es femenina. Ya en el Antiguo Testamento la comunidad de Israel es descrita ante Dios como novia o esposa. Y lo mismo la Iglesia, en el Nuevo Testamento, aparece como esposa en relación con Cristo (2Co 11, lss) que llega a las bodas escatológicas entre el Cordero y la mujer adornada para la fiesta. Esta feminidad de la Iglesia abarca la totalidad interna de la Iglesia, mientras que los ministerios, incluso apostólicos, no son más que funciones dentro de ella.

Para situar a María en el plan de salvación, que el Señor nos ha revelado, es necesario ver la continuidad entre el nuevo y el antiguo Testamento. Toda la obra salvífica tiene a Dios por autor, aunque la ha realizado mediante algunos elegidos. María entra en esta nube de elegidos, testigos del actuar de Dios. En ellos descubrimos el ser de Dios a través de su actuar. De este modo la vocación de algunas mujeres de la historia de la salvación nos ayuda a comprender la vocación de María dentro del plan de salvación de Dios. Las mujeres estériles, que conciben un hijo por la fuerza de Dios, son signo del actuar gratuito de Dios, que es fiel a sus promesas de salvación.

La llamada de María, en la plenitud de los tiempos, es una llamada singular, enteramente gratuita de parte de Dios. Y, sin embargo, no está disociada de la historia de la promesa y del actuar de Dios en esa larga historia. No se trata de aplicar a María textos bíblicos "por acomodación", sino de ver a través de la actuación de Dios en otras vocaciones, cómo es el actuar de Dios en su plan de salvación y que se realiza plenamente en María, madre del Salvador. San Lucas mismo nos presenta la concepción de Jesús en el seno de María en continuidad -y discontinuidad, por su singularidad- con el Antiguo Testamento, al narrarnos el anuncio a María en paralelismo con el anuncio de Juan Bautista en el seno de Isabel, vieja y estéril (Lc 1,13.18) y al responder a María con las mismas palabras dirigidas a Sara, la estéril, al concebir a Isaac: "porque nada es imposible para Dios" (Lc 1,37). De este modo Lucas pone la maternidad virginal de María en correspondencia con las intervenciones de Dios en el origen de la existencia de sus elegidos.1

La virginidad de María es un dato de fe proclamado por toda la tradición de la Iglesia. Ya San Ignacio de Antioquía escribía a los cristianos de Éfeso: "Nuestro Dios, Jesucristo, fue llevado en el seno de María según el designio divino porque ella provenía de la descendencia de David. Pero esto sucedió por obra del Espíritu Santo". Y lo mismo proclama el Credo Apostólico, que confiesa que Jesús ha "nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo".

La virginidad de María exalta, en primer lugar, la divinidad de Cristo, que no nace "de la sangre, ni del deseo de la carne, o del deseo del hombre" (Jn 1,13). Si se niega la concepción virginal de Cristo por parte de María, se está admitiendo la intervención de un padre terreno en su nacimiento en la carne. Y esto significa negar el origen divino de Cristo o la unidad de la persona de Cristo, como hacía Nestorio, quien afirmaba que, en Cristo, junto a la persona del Hijo de Dios, había otra persona humana engendrada por un hombre. Poner entre Cristo y el Padre que está en los cielos un padre humano sería destruir todo el evangelio. San Ambrosio, contra los docetas, considera que el nacimiento de Cristo no es aparente, sino real. Cristo era simultáneamente Dios y hombre, verdadero Dios y verdadero hombre. Como consecuencia del nacimiento del Hijo, la Theotókos se ha hallado libre de la esclavitud del pecado y, por ello, su virginidad ha quedado intacta. Con la encarnación del Verbo se ha inaugurado la nueva creación y el nuevo nacimiento de la Iglesia, réplica y manifestación terrena de su nacimiento eterno y arquetipo y garantía del nacimiento bautismal.2

María resplandece con una luz que no es propia ni finalizada en ella. Está, como una vidriera, traspasada por la luz del Sol. Esa luz del sol, a través de María, nos llega viva y gloriosa. Todo cristiano está llamado a ser vidriera o espejo de la gloria de Dios: "Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos" (2Co 3,18). En María esto se ha realizado perfectamente: "En su vida terrena ella ha realizado la figura perfecta del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes".3 Como Juan Bautista, no es María la luz, pero da testimonio de la luz (Jn 1,8). Sólo Cristo es la luz del mundo, pero María, más que cualquier otro, da testimonio de la Luz. En María, pura transparencia, la luz de Dios se ha difundido viva en toda su riqueza: "Espejo nítido y santo de la infinita belleza".4

En los himnos marianos de las iglesias orientales se aplicarán a María, como expresión de su maternidad virginal,-diversos hechos milagrosos de la Escritura, como el de la zarza ardiente, que arde y no se consume (Ex 3), el vellón de Gedeón sobre el que cae el rocío milagrosamente (Jc 6,36-40), el bastón de Aarón que florece (Nm 17,16-26). Estos milagros revelan cómo el contacto con Dios renueva y transfigura la creación, superando las leyes naturales, que rigen el mundo caído por el pecado. Estos hechos son signos de la renovación escatológica de toda la creación y, al mismo tiempo, son figuras del milagro de la virginidad inviolada de María en el nacimiento del Verbo divino encarnado en ella.

Y esto lleva a la afirmación de la virginidad después del parto. La santificación única, fruto de la posesión de María por el Espíritu Santo, supone una vida singular, íntegramente consagrada a Dios. Se aplica a María la visión del templo de Ezequiel: la puerta del templo debe quedar cerrada porque ha pasado por ella el Señor (Ez 44,2). Este quedar permanentemente cerrada la puerta del templo se hace signo de la virginidad perpetua de María. Habiendo pasado por ella el Señor, queda cerrada como morada de Dios para siempre. El vellón de lana de la historia de Gedeón es uno de los símbolos más repetidos en la liturgia y piedad mariana. "Gedeón dijo a Dios: Si verdaderamente vas a salvar por mi mano a Israel, como has dicho, yo voy a tender un vellón de lana sobre la era; si al alba hay rocío solamente sobre el vellón y todo el suelo queda seco, sabré que tú salvarás a Israel por mi mano, como has prometido" (Jc 6,36ss). En el simbolismo mariano el vellón es visto como imagen del seno de María, fecundado por el rocío de lo alto, el Espíritu Santo.

En un ambiente seco como el de Palestina, el rocío es signo de bendición (Gn 27,28), es un don divino precioso (Jb 38,28;Dt 33,13), símbolo del amor divino (Os 14,6) y señal de fraternidad entre los hombres (Sal 133,3); es, igualmente, principio de resurrección, como canta Isaías: "Revivirán tus muertos, tus cadáveres revivirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra echará de su seno las sombras" (Is 26,19). Es fácil, pues, establecer el paralelismo entre el vellón y el rocío, por un lado, y, por otro, el seno de María fecundado por el Espíritu Santo y transformado en principio de vida divina. El vellón es el seno de María en el que cae el rocío divino del Espíritu Santo que engendra a Cristo. La liturgia sirio-maronita canta:

Oh Cristo, Verbo del Padre, tú has descendido como lluvia sobre el campo de la Virgen y, como grano de trigo perfecto, has aparecido allí donde ningún sembrador había jamás sembrado y te has convertido en alimento del mundo... Nosotros te glorificamos, Virgen Madre de Dios, vellón que absorbió el rocío celestial, campo de trigo bendecido para saciar el hambre del mundo.

Virginidad y maternidad divina se entrecruzan en la imagen del vellón empapado de rocío. La grandeza de María está en esta irrupción de lo divino en lo humano, que está abierto y disponible a lo divino. Y, de este modo, en María brilla para la Iglesia un horizonte de luz y gracia, como signo de un mundo renovado sobre el que desciende el rocío vivificante de Dios.5 Y, junto al símbolo del vellón, hay otros muchos en la tradición patrística. San Efrén canta: "Vara de Aarón que germina, tu flor, María, es tu Hijo, nuestro Dios y Creador". La "puerta cerrada" del templo de Ezequiel - "Esta puerta permanecerá cerrada. No se la abrirá y nadie pasará por ella, porque por ella ha pasado Yahveh, el Dios de Israel. Quedará, pues cerrada" (Ez 44,2)- es un signo de María: "Tú eres la puerta cerrada, abierta sólo a la Palabra de Dios". Junto con la imagen del "huerto cerrado" del Cantar de los cantares será un símbolo de la virginidad de María, por la que pasa el Señor sin romper los sellos de su virginidad.

La piedad mariana ha asumido toda esta constelación de símbolos del Antiguo Testamento, transfigurándolos y haciéndoles brillar con una nueva luz. En la Edad media Walther von der Vogelweide celebra a María: "Tú; sierva y madre, mira a la cristiandad en angustia. Tú, vara florida de Aarón, aurora de la mañana que nace, puerta de Ezequiel que jamás nadie abrió, a través de la cual pasaba la gloria del rey. Una zarza que arde y no deja ninguna quemadura: verde e intacta en todo su esplendor, preservada de todo ardor. Era ésta la sierva, la toda pura, la Virgen inmaculada; tú eres semejante al vellón de Gedeón, bañado por Dios con su celeste rocío".

1 C.I. GONZÁLEZ, María, Evangelizada y Evangelizadora, Bogotá 1989.

2 SAN AMBROSIO, De incarnationis Dominicas sacramento liben unos, PL 16,817-846.

3 PABLO VI, Discurso de clausura de la 3' sesión del Concilio Vaticano II, el 21-11-1964.

4 Idem, Discurso de clausura del Concilio, el 8-12-1965.

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