La santidad es la belleza de la casa de Dios. La Iglesia es la gran armonía y el buen olor de Cristo. Los santos han dejado que actúe en ellos el Espíritu del Amor de Dios. ¡Seamos santos, porque Dios es Santo!
“Celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. En la luz de Dios recordamos a todos los que han dado testimonio de Cristo durante su vida terrena, esforzándose por poner en práctica sus enseñanzas. Nos alegramos con estos hermanos y hermanas nuestros que nos han precedido, recorriendo nuestro mismo camino, y que ahora, en la gloria del cielo, gozan del premio merecido.
Estos son los que, según la expresión del Apocalipsis, "vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero" (Ap 7, 14). Han sabido ir contra corriente, acogiendo el "sermón de la montaña" como norma inspiradora de su vida: pobreza de espíritu y sencillez de vida; mansedumbre y no violencia; arrepentimiento de los pecados propios y expiación de los ajenos; hambre y sed de justicia; misericordia y compasión; pureza de corazón; compromiso en favor de la paz; y sacrificio por la justicia (cf. Mt 5, 3-10).
Todo cristiano está llamado a la santidad, es decir, a vivir las bienaventuranzas. Como ejemplo para todos, la Iglesia indica a los hermanos y hermanas que se han distinguido en las virtudes y han sido instrumentos de la gracia divina. Hoy los celebramos a todos juntos, para que con su ayuda crezcamos en el amor a Dios y seamos "sal de la tierra y luz del mundo" (Mt 5, 13-14).” DE TODOS LOS SANTOS (Ap 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12)
La Iglesia escoge para este día la lectura del discurso de las Bienaventuranzas. Con ello desea rendir culto a todos los que han pasado por este mundo y han recibido de Dios el sobrenombre de bienaventurados por alguno de los títulos que Jesús pronunció sentado sobre el monte.
Los pobres, los que lloran, los sufridos, los hambrientos y sedientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos y artesanos de la paz, los perseguidos por la justicia, los calumniados e insultados por causa del nombre de Cristo, no quedarán sin recompensa, y en el día solemne del Señor, serán llamados y proclamados dichosos, benditos, felices, porque han alcanzado la meta al haberse configurado con el Crucificado, el Hijo amado de Dios, quien llevó sobre sí los dolores y esperanzas de todos los hombres.
La multitud incontable de los que siguen al Cordero de Dios son los que han lavado sus túnicas y las han blanqueado en la sangre redentora de Cristo, por haber compartido sus padecimientos. A los ojos de Dios nada se pierde, y algunos, a pesar de que hayan podido pasar por la existencia sin saber que llevaban en su cuerpo las señales de la Pasión de Cristo, serán invitados al banquete por haber tenido compasión de los pobres, hambrientos, sedientos, desnudos, sin techo, doloridos, perseguidos, encarcelados, o porque ellos mismos lo han sido, como asegura Jesús en la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro.
Por dos caminos se puede llegar a la santidad: por conformar la vida, de manera consciente, con Cristo y ser uno de sus amigos, o por haber tenido compasión de aquellos que son signos visibles de las llagas del Redentor.
La santidad es la forma de vida a la que estamos llamados todos los cristianos. En el bautismo recibimos la vocación a la santidad.
Los santos son aquellos que han vivido la fe, la esperanza y la caridad de manera heroica. La Iglesia los proclama siervos de Dios. Los cristianos tenemos que vivir “arraigados y cimentados en Cristo, firmes en la fe”, ser testigos de esperanza, como auténtica profecía del Reino futuro. Pero sobre todo, a los cristianos se nos debe reconocer por el amor mutuo y las entrañas de misericordia.
El Maestro, antes de dar su vida por amor, nos mandó que nos amáramos como Él nos había amado y que permaneciéramos en ese amor divino. Por la fe se puede superar la tendencia al mal y sobreponerse a todas las dificultades por amor a Dios. Amor que se demuestra con las obras de misericordia especialmente con los hermanos en la fe y con el prójimo.
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