SANTA CLARA DE ASIS


El pasado 11 de agosto celebramos la memoria de Santa Clara de Asis, una de las santas mujeres asumidas como modelo, maestras e intercesoras de la familia FUNDAFILIA.
1. Quien entra en la escuela de un Santo o de una Santa, es iniciado e introducido en los valores centrales del cristianismo. La extraordinaria estatura espiritual de Clara aparece diáfana en sus Escritos -aunque, por desgracia, no sean numerosos- y en su biografía oficial o Vida, redactada con motivo de su canonización. El autor de ésta -fray Tomás de Celano según la mayoría de los investigadores- nos transmite una de las frases que Clara pronunció poco antes de su muerte y que revela la gran profundidad de su experiencia mística y hasta qué punto su mirada estaba clavada en Dios. «Entretanto, la virgen santísima, vuelta hacia sí misma, habla quedamente a su alma: "Ve segura -le dice-, porque llevas buena escolta para el viaje. Ve -añade-, porque aquel que te creó te santificó; y, guardándote siempre, como la madre al hijo, te ha amado con amor tierno. Tú, Señor -prosigue-, seas bendito porque me creaste"» (LCl 46a). Con ello Clara reconocía que toda su vida había estado sujeta a la ley del amor de Dios. Por eso, su respuesta y perfecta adhesión al Creador se llama acción de gracias.

2. A la luz de las fuentes llegadas hasta nosotros, el mensaje de santa Clara de Asís a sus hermanas y hermanos franciscanos, y a todos los cristianos, puede resumirse con una cita de su Regla que es, a su vez, cita literal de un fragmento de la Regla bulada de los frailes menores: «No apagar el espíritu de la santa oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales» (RCl 7,2; cf. 2 R 5,1-2). El carácter prioritario de la santa oración y devoción exige de todos nosotros más fidelidad, constancia y dedicación. Las vigilias de Clara son una invitación y un estímulo a examinar nuestra conciencia, a fin de comprobar si consagramos verdaderamente la primacía de nuestro tiempo a aquello que es en realidad lo principal, la oración, o, por el contrario, la consagramos a cosas accidentales.

3. La vida interior de santa Clara nos invita a redescubrir la experiencia mística propia de nuestra vocación cristiana y franciscana. Gran parte de la insatisfacción interior y de la carencia de identidad espiritual se basan con frecuencia sobre el hecho de que las hermanas y hermanos de santa Clara se detienen en el umbral, sin osar penetrar decidida y profundamente en la estructura sacramental de la vida cristiana y en la contemplación religiosa. Quien renuncia sistemáticamente a la meditación diaria -por presunta falta de tiempo, por desgana interior, por aridez e impericia espiritual-, se expone a naufragar en su vocación religiosa. Si nuestra existencia reflejara más alegría, como fruto de nuestro permanente contacto con Dios, nuestra vocación sería también más atrayente para la gente joven.

4. Ochocientos años después de su nacimiento, santa Clara nos toma de la mano y nos conduce a un contacto nuevo y vivificante con Cristo. No se molesta con nosotros por el hecho de que, gracias a la enseñanza de la Iglesia y, concretamente, del Concilio Vaticano II, nuestra visión del misterio cristológico sea más completa que la suya y subrayemos el conjunto del misterio pascual, que abarca simultáneamente la pasión, la muerte y la resurrección del Señor. Ella nos da una imperecedera lección sobre la intensidad de nuestras relaciones de fe y de amor con Cristo. El concepto clave podría definirse con la expresión «amistad con Cristo»: un amor íntimo, generoso y fiel, que no sólo nos acompaña en los momentos de oración, sino a lo largo de toda la jornada, sea cual fuere la actividad que estamos realizando.

5. La reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II ha purificado muchas formas de expresión religiosa que carecían de espíritu y vida. Pero, por otra parte, en la vida comunitaria de la orden capuchina han desaparecido gestos que no son gestos superados, ni mucho menos, como la postración ante el Santísimo Sacramento, la inclinación de cabeza al nombre Jesús y la recitación del Gloria al Padre, la oración con los brazos en cruz, y otros. La naturaleza humana, constituida de alma y cuerpo, necesita gestos externos que acompañen la oración, la expliquen y subrayen su intensidad. Téngase en cuenta cómo, de hecho, algunos movimientos eclesiales actuales han redescubierto la dimensión corporal de la oración. Urge preguntarse: ¿Cómo lograr que nuestra oración comunitaria sea más atractiva, tenga más «gancho», tanto para nosotros como para quienes deseen compartirla con nosotros?

6. Para que la oración -y, en concreto, la meditación- cuaje, es necesario prepararla adecuadamente. Clara, mujer extraordinariamente contemplativa e incomparable maestra de oración, nos indica que para ello nuestros conventos necesitan una atmósfera de silencio y recogimiento. Una comunidad religiosa que no cultiva el silencio, tiene pocas esperanzas -o ninguna- de mantener vivo «el espíritu de la santa oración y devoción». Todas las hijas de santa Clara y todos los hijos de san Francisco deberían redescubrir, como fruto del Centenario del nacimiento de santa Clara, la dimensión espiritual y, sobre todo, contemplativa de su vocación. Clara experimentó con profundidad excepcional la gracia de su vocación y el deber de la acción de gracias al Señor. Ella nos enseña a convertir nuestra vida en un espejo claro de nuestra esperanza en la vida eterna y a vivir de manera que el amor divino sea el alma que penetre toda nuestra actividad.

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