Edith Stein
El 9 de agosto se celebra el aniversario de la muerte de Edith Stein. El recuerdo de esta fecha es una buena ocasión para orar por Tierra Santa dado el origen judío de esta santa. Edith Stein, filósofa judía, nació en Breslau, Alemania (hoy Wroclau, Polonia)
Antes que termine el mes de agosto quiero compartir con Ustedes unas ideas sobre Edith Stein, una de las santas, modelos e intercesoras para la familia FUNDAFILIA.
Edith Stein, fue la más pequeña de
una familia de 11 hermanos. Tras convertirse al catolicismo y entrar en la
familia del Carmelo, murió en la cámara de gas del campo de concentración de
Auschwitz el 9 de agosto de 1942.
Teresa Benedicta de la Cruz, este fue el nombre elegido por ella cuando entró en el convento de las Carmelitas Descalzas; fue canonizada por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998. Hoy es copatrona de Europa junto a Santa Catalina y Santa Brígida.
La búsqueda de la verdad a través de la filosofía, sus largas horas de estudio, la agudeza de su mente, los cambios bruscos en su peregrinar por este mundo, la entrada en el Carmelo, su estancia en los campos de concentración están marcados por un hilo conductor de toda su existencia humana: la sencillez.
Hay un hecho significativo que nos indica su sensibilidad ante lo sencillo y ordinario de la vida. Sucedió en la ciudad de Friburgo. Así lo narra ella misma: “Entramos unos minutos en la catedral. Mientras estábamos allí en respetuoso silencio, entró una señora con un cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes, a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar”.
Pasa horas de silencio en la abadía de Beuron y sigue con devoción la liturgia de los benedictinos. El abad Rafael Walzer recoge su talante contemplativo: “Ella quería sencillamente estar ahí, junto a Dios, tener delante de sí los grandes misterios”., Pero no tendrá dificultad en acompañar a su madre en la sinagoga. Allí encontraría la oración de un pueblo milenario: la sabiduría de los salmos, el mensaje de los profetas, las alabanzas y bendiciones de un pueblo que ha sentido desde hace muchos siglos la predilección de Dios. Estos gestos sencillos son exponentes de su alma, de su espíritu abierto y de su búsqueda apasionada de Dios.
Desde esta sencillez Edith Stein nos ofrece pistas concretas para el hombre y la mujer de hoy. Estamos muy ocupados, la prisa y la aceleración de la vida nos invade. No tenemos tiempo para orar. “Mi primera hora de la mañana le pertenece al Señor. Hoy quiero ocuparme de las obras que el Señor quiere encomendarme y El me dará fuerza para realizarlas”, dice la santa en los caminos del silencio interior.
La vida de la autora de La ciencia de la cruz, es una invitación a la oración, una oración sencilla para que ayude a todas las religiones a encontrar caminos de paz, de reconciliación y buena convivencia. En el centro de la súplica está la paz en Tierra Santa. Una tierra atormentada por la lucha, el odio y la guerra. No sabemos el alcance de nuestra oración; es un misterio que permanece oculto y que se nos revelará en el más allá.
Más adelante, en la misma obra citada de la santa, nos dice: “La historia oficial no menciona esos poderes invisibles e inquebrantables, pero la confianza de los pueblos creyentes y el examinante y cuidadoso juicio de la Iglesia los conocen perfectamente. Y nuestra época se ve cada vez más obligada, cuando todo fracasa, a esperar de esa fuente escondida la última salvación”.
Hoy, ante la inseguridad del futuro, ante la amenaza terrorista mundial, ante la insatisfacción del progreso que nos rodea, necesitamos dar un espacio más amplio a la oración, una oración marcada por la sencillez de formas. Basta un suspiro, un reclinar la cabeza sobre el Maestro, un estar ante el Señor.
La paz empieza en el corazón de la persona humana. Jesús de Nazaret es la paz y todo el que se acerca a El se ve contagiado del agua de una fuente que engendra paz, concordia y entendimiento entre todas las iglesias y todas las religiones.
Teresa Benedicta de la Cruz, este fue el nombre elegido por ella cuando entró en el convento de las Carmelitas Descalzas; fue canonizada por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998. Hoy es copatrona de Europa junto a Santa Catalina y Santa Brígida.
La búsqueda de la verdad a través de la filosofía, sus largas horas de estudio, la agudeza de su mente, los cambios bruscos en su peregrinar por este mundo, la entrada en el Carmelo, su estancia en los campos de concentración están marcados por un hilo conductor de toda su existencia humana: la sencillez.
Hay un hecho significativo que nos indica su sensibilidad ante lo sencillo y ordinario de la vida. Sucedió en la ciudad de Friburgo. Así lo narra ella misma: “Entramos unos minutos en la catedral. Mientras estábamos allí en respetuoso silencio, entró una señora con un cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes, a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar”.
Pasa horas de silencio en la abadía de Beuron y sigue con devoción la liturgia de los benedictinos. El abad Rafael Walzer recoge su talante contemplativo: “Ella quería sencillamente estar ahí, junto a Dios, tener delante de sí los grandes misterios”., Pero no tendrá dificultad en acompañar a su madre en la sinagoga. Allí encontraría la oración de un pueblo milenario: la sabiduría de los salmos, el mensaje de los profetas, las alabanzas y bendiciones de un pueblo que ha sentido desde hace muchos siglos la predilección de Dios. Estos gestos sencillos son exponentes de su alma, de su espíritu abierto y de su búsqueda apasionada de Dios.
Desde esta sencillez Edith Stein nos ofrece pistas concretas para el hombre y la mujer de hoy. Estamos muy ocupados, la prisa y la aceleración de la vida nos invade. No tenemos tiempo para orar. “Mi primera hora de la mañana le pertenece al Señor. Hoy quiero ocuparme de las obras que el Señor quiere encomendarme y El me dará fuerza para realizarlas”, dice la santa en los caminos del silencio interior.
La vida de la autora de La ciencia de la cruz, es una invitación a la oración, una oración sencilla para que ayude a todas las religiones a encontrar caminos de paz, de reconciliación y buena convivencia. En el centro de la súplica está la paz en Tierra Santa. Una tierra atormentada por la lucha, el odio y la guerra. No sabemos el alcance de nuestra oración; es un misterio que permanece oculto y que se nos revelará en el más allá.
Más adelante, en la misma obra citada de la santa, nos dice: “La historia oficial no menciona esos poderes invisibles e inquebrantables, pero la confianza de los pueblos creyentes y el examinante y cuidadoso juicio de la Iglesia los conocen perfectamente. Y nuestra época se ve cada vez más obligada, cuando todo fracasa, a esperar de esa fuente escondida la última salvación”.
Hoy, ante la inseguridad del futuro, ante la amenaza terrorista mundial, ante la insatisfacción del progreso que nos rodea, necesitamos dar un espacio más amplio a la oración, una oración marcada por la sencillez de formas. Basta un suspiro, un reclinar la cabeza sobre el Maestro, un estar ante el Señor.
La paz empieza en el corazón de la persona humana. Jesús de Nazaret es la paz y todo el que se acerca a El se ve contagiado del agua de una fuente que engendra paz, concordia y entendimiento entre todas las iglesias y todas las religiones.
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