Hoy se está volviendo de moda en algunos círculos eclesiales la Lectio Divina. Son muchas las personas que hablan de ella, que se consideran expertos y pretenden enseñarla a los demás; pero esto constituye un cierto problema porque se corre el riezgo de convertirla en uan simple moda y vaciarla de su contenido y riqueza.
Mi participación en diversas experiencias donde se ha explicado la lectio divina me ha dejado con la sensación que se desconoce o sencillamente no se practica y en ese sentido se vacía de contenido. Muchos confunden la Lectio Divina con un método de lectura y reflexión de la Sagrada Escritura.
Por eso me
gustaría advertir, con el cardenal C.M. Martini: “La lectio divina
no es un símple método de lectura y reflexión bíblica, no sustituye ni a la catequesis ni a otras iniciativas de enseñanza y puesta al
día cultural que ayudan a que un cristiano se convierta en adulto a nivel de
fe. La lectio hace algo que los discursos, las predicaciones y las
catequesis no siempre pueden hacer: poner a cada uno, con su conciencia y
responsabilidad, ante Dios que habla, que invita, que llama, que consuela o
reprende, todo ello en una atmósfera de oración y diálogo, de humilde petición
de perdón, de luz, dispuestos a dejarnos llevar por el Espíritu Santo para
ofrecer nuestra propia vida”. Puesta en guardia ante la confusión, ¡pero
también orientación necesaria para entender su utilidad sin confusiones!
Porque
por lectio divina no debe entenderse como tomar la Biblia en mano
de tanto en tanto, y leer alguna página, con espíritu de meditación. Se trata
más bien de un ejercicio ordenado, metódico, sistemático, en clima de silencio y de
reflexión orante, con una lectura progresiva y sistemática de la Biblia, a
semejanza de la praxis litúrgica, que en sus ciclos dominicales y festivos se
propone una revisión casi completa de los diversos libros bíblicos. A lo que
debe llevar es a la unidad interior, plasmada por la Palabra de vida,
que encuentra en Cristo la llave y el sentido de lo que conlleva la Escritura,
y conduce hacia una coherencia práctica de vida conforme a las convicciones
bíblicas, en comunión con la comunidad de creyentes y en diálogo abierto a los
problemas de los contextos actuales.
“Se vive
la vida según el Espíritu, según la capacidad de dar espacio a la
Palabra, de hacer que el Verbo de Dios nazca en el corazón del hombre” (Lineamenta,
nº 34). ¡Así es como podría definirse la auténtica espiritualidad! Muchos
creen ser especialistas de la espiritualidad y de la Lectio Divina; al menos, muchos así se
consideran, pero ¿es realmente con esta perspectiva con la que se vive la espiritualidad y se practica la Lecyio Divina en la Iglesia?
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