FIESTA
DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
Les comparto la homilía que he preparado para la celebración Eucarística de este día en el que celebramos la fiesta patronal de nuestra parroquia en honor a la Virgen del Rosario.
Queridos Hermanos
y hermanas:
Hoy, nosotros,
como los Apóstoles en la sala del Cenáculo, estamos íntimamente unidos en
oración en compañía de María, la Madre de Jesús. “Como Madre de tantos,
fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el
perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como una
familia, la familia de Dios. En María nos encontramos con Cristo, con el Padre
y el Espíritu Santo, como así mismo con los hermanos.” (DA. Nº 267).
Hoy, en el nombre
de su Hijo Amado que Ella lleva y ofrece en sus brazos, nos congrega Nuestra
Señora del Rosario, Patrona de esta parroquia de Agua Caliente y de muchísimas
Parroquias y ciudades de nuestra Patria.
¡Qué hermoso es ver
a tantos hermanos reunidos en la fiesta de la Madre común, que siempre une y
crea comunión, y que sólo quiere que nos encontremos con su Hijo Jesús, porque
Él es el Camino, la Verdad y la Vida, porque sólo en El nuestros pueblos tienen
vida plena.
¡Qué hermoso es
formar parte de este pueblo de Dios donde “prevalecen valores fundamentales
como la fe, la amistad, el amor por la vida, la búsqueda del respeto a la
dignidad del hombre y la mujer, el espíritu de libertad, la solidaridad, el
interés por los pertinentes reclamos ante la justicia, la educación de los
hijos, el aprecio por la familia, el amor a la tierra, la sensibilidad hacia el
medio ambiente, y ese ingenio popular que no baja los brazos para resolver
solidariamente las situaciones duras de la vida cotidiana. Estos valores tienen
su origen en Dios y son fundamentos sólidos y verdaderos sobre los cuales
podemos avanzar hacia un nuevo proyecto de vida, que haga posible un justo y
solidario desarrollo de nuestra sociedad”.
Celebrar
hoy a Nuestra Señora del Rosario es celebrar el gozo que produce el
acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, la luminosidad de la Persona
y el Mensaje de Cristo en su vida pública, el culmen de la revelación de su
amor extremo hasta la Cruz, la superación de la oscuridad de la pasión con la
gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión.
En el
medioevo, los vasallos acostumbraban ofrecer a sus soberanos unas coronas de
flores en signo de sumisión. Los cristianos adoptaron esta costumbre en honor
de María, ofreciéndole la triple «corona de rosas» que recuerda su gozo, sus
dolores y su gloria, ahora, después del Beato Juan Pablo II, tenemos
que agregar la cuarta corona de la luz. Estas coronas recuerdan su
participación en los misterios de la vida de Jesús su Hijo.
Originalmente
esta fiesta se llamó «Santa María de la Victoria» que conmemoraba la liberación
de los cristianos de los ataques turcos, en la victoria naval del 7 de octubre
de 1571 en Lepanto (Grecia). Porque en aquel día, en Roma, la cofradía del
Rosario celebraba una solemne procesión, San Pío V atribuyó la victoria a
«María auxilio de los cristianos» y en aquel día hizo celebrar la fiesta en
1572. Después de otras victorias, en Viena 1683 y Temevar en 1716, el papa
Clemente XI instituyó la fiesta del Rosario el primer domingo de octubre. Hoy
la memoria se llama «Nuestra Señora del Rosario»
“El rosario
concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como
un compendio. Con él el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la
belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor.
Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas
de las mismas manos de la Madre del Redentor” (J.Pablo II- “Santo Rosario de la
Virgen María” Nº1).
Con nuestro Papa
Benedito XVI le rezamos a Nuestra Señora: “Sí, queremos darte gracias, Virgen
Madre de Dios y Madre nuestra queridísima, por tu intercesión a favor de la
Iglesia. Tú que, al abrazar sin reservas la voluntad divina, te consagraste con
todas tus energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a guardar en
el corazón y a meditar en silencio, como tú lo hiciste, los misterios de la
vida de Cristo.
Tú que avanzaste
hasta el Calvario, estando siempre profundamente unida a tu Hijo, que sobre la
cruz te entregó como madre al discípulo Juan, haz que experimentemos tu
cercanía en todo instante de la existencia, sobre todo en los momentos de
oscuridad y de prueba.
Tú, que en
Pentecostés, junto a los Apóstoles reunidos en oración, imploraste el don del
Espíritu Santo para la Iglesia naciente, ayúdanos a perseverar en el fiel
seguimiento de Cristo. Dirigimos nuestra mirada con confianza hacia ti, “signo
de esperanza cierta y de consuelo, hasta que venga el día del Señor” (Nº68).
María, a ti te
invocan con súplica insistente los fieles de todas las partes del mundo para
que, ensalzada en el cielo entre los ángeles y los santos, intercedas por
nosotros ante tu Hijo”. (Diciembre 2005).
Querida Patrona,
Nuestra Señora del Rosario, a tu Hijo Bendito que tienes en tus brazos pídele
por nuestra Parroquia y por nuestra sociedad vicentina:
“Que, en el ámbito político, comunicacional y
universitario, se hagan presentes voces e iniciativas de líderes católicos, con
fuerte personalidad y abnegada vocación, que sean coherentes con sus
convicciones éticas y religiosas”.
Pídele por nuestra
Diócesis de San Vicente en el setentenario que celebraremos el año próximo: que
como discípulos y misioneros de Jesucristo recibamos con estremecimiento su
mandato misionero: “Vayan y comuniquen mi Vida”. “Que lo escuchemos como
comunidad de discípulos y misioneros que hemos experimentado el encuentro vivo
con El y queremos compartir con los demás esa alegría incomparable” (DA. Nº
364).
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